lunes, 20 de junio de 2011

Bendito malvado


Por Sergio_Vilariño

Cuando hablamos de jugador contextual queremos hacer ver al jugador cuya presenciaen el césped que explica el “todo”. Una referencia que marca el estilo de un colectivo, el ritmo es suyo y la consecuencia también.

En algunos casos, ese jugador no solo influye en su equipo (lo cual ya es indudable referencia de su categoría), sino en un partido entero. En algunos casos, es tal el nivel, la ascendecia del jugador, que influye sobre torneos, sobre épocas enteras.

Es por ello que este Mundial 74 es tan excepcional. Tenemos a dos jugadores de esos que marcan equipo, partidos, torneos y épocas. Y ambos se enfrentaron en la final del campeonato, de forma directa, ya que venían haciéndolo indirectamente, proyectando sus auras, desde el inicio de la competición. 

En el caso alemán, que es el que nos ocupa, ese hombre, ese jugador contextual, se llama Franz Beckenbauer y, adecuadamente, le apodan “El Kaiser”.

Beckenbauer nació al fútbol ocho años antes, comandando al lado de Wolfgang Overath el centro del campo del equipo de la RFA en el Mundial disputado en tierras inglesas. Es justo que el punto culminante de su carrera se produjese en similares circunstancias.

En 1966, el jugador del Bayern era un joven de 20 años, centrocampista de carácter ofensivo, que sorprendió al mundo con su despliegue box to box y su llegada al área contraria. Su marcaje (mutuo), al gran Bobby Charlton le hizo salir del Mundial como una figura global. Por aquel entonces, los líberos eran figuras de corte cavernario, jugadores sombríos y defensivos, a imagen y semejanza de lo que había construido Helenio Herrera en su Grande Inter. Pero Beckenbauer iba a encargarse de lavar la cara al puesto y adaptarlo a él. En el Bayern, el Kaiser Franz empezó a jugar en la línea de defensa, proyectándose hasta el medio del campo y más allá y llevando el mando de las operaciones siempre que pudiese. Ese “siempre que pudiese” poco a poco se convirtió en “siempre que quisiese”, y eso refleja su tremenda ascendencia en cualquier partido disputado por él.

Mientras en el equipo nacional Helmut Schön prefirió seguir optando por el más clásico líbero Willi Schulz (hasta después de 1970), Beckenbauer siguió compartiendo centro del campo con Overath (y Haller), lo que le sirvió para ir perfeccionando ese rol que, a partir del mundial mexicano, le permitía dominar ambas transiciones con total facilidad.


En la Euro 72, se había asentado ya como indiscutible cerebro y jefe del combinado nacional, pero el nivelazo presentado por Netzer le opacó, y durante ese año, Alemania era el equipo del rubio número 10, como ya hicimos referencia a comienzos de esta serie de artículos.

En el camino al Mundial del 74, Beckenbauer se hace con los mandos del equipo alemán. No solo dentro del campo, también en el vestuario, también en la prensa. Solo hay un líder, y ese es el Kaiser, que literalmente deslumbra durante la Copa del Mundo.

El sorteo del primer grupo le empareja con otros dos jugadores excepcionales en su puesto, Figueroa (Chile) y Bransch (RDA), pero el Kaiser brilla por encima de ellos y de cualquier otro líbero del campeonato. Su compenetración con Schwartzenbeck es casi telepática, fruto de muchos años compartiendo la franja central de la defensa del Bayern. Desde esa posición retrasada, Beckenbauer lanza medidos balones largos (ver vídeo), que baten líneas y dejan a sus extremos en posiciones inmejorables para montar una contra (ver vídeo). En defensa, qué se puede decir, un jugador no excesivamente rápido en distancias cortas, pero sí tremendamente intuitivo para los cambios de ritmo, para el posicionamiento y en el uno contra uno. Su defensa del contrataaque holandés llevado por Rep y Cruyff, donde está él solo contra ambos es un ejemplo perfecto: cabeza levantada, trote tranquilo, midiendo las distancias, amagos con el cuerpo. Rep tiene (¡debe!), esperar todo lo posible el momento de dar el pase a Cruyff que mate el partido, pero eso momento, robado por el timing de Franz, nunca llega. Maier y su extraordinaria capacidad en las salidas contra jugador hace el resto. Otro muestra también del nivel de compenetración o control de Beckenbauer con todos sus compañeros.

Su anticipación viniendo en carrera contra Cruyff y llegando a tiempo para ceder la pelota al portero en la primera parte de la final es otro buen ejemplo del compendio de virtudes defensivas que adornaban al Kaiser. 

Además de esto, Beckenbauer adelanta su posición muy a menudo para compartir la base de la jugada con Overath, en una variante tremendamente explotada por este equipo de la RFA. Su presencia en el medio del campo, permite la libertad de los hombres que circulan por la zona de free running e incluso Bonhof aparece por sorpresa en alguno de los costados. La RFA consigue así una abrumadora superioridad en el medio campo, solo compensada en este torneo por Holanda en la final (aunque acaban siendo arrollados también en esta franja del terreno).


Si desde la defensa, el capitán alemán es capaz de batir líneas con facilidad gracias a su toque de balón, lo mismo podemos decir cuando su presencia es en la base de la jugada o tres cuartos de campo. Además, Beckenbauer conserva cierta capacidad de desborde de su época como centrocampista ofensivo, y su disparo de lejos es muy bueno. Debemos añadir, y esta es una faceta que desgraciadamente no vimos en el Mundial, que llegado a tres cuartos de campo (la zona de aceleración, que se suele decir), sus combinaciones con Gerd Müller eran extraordinarias, especialmente sus paredes, capaces de desarbolar cualquier entramado defensivo. Y estamos hablando de un jugador no extremadamente habilidoso como “El Bombardero”. Este es otro mérito de Beckenbauer, hacer mejores a sus compañeros, maximizar sus virtudes. Es decir, el Kaiser, condiciona a su equipo y al contrario sea cual sea su posición en el campo (ver vídeo).

Por último debemos hablar del aspecto mental. Beckenbauer era un ganador, era un líder, un animal competitivo. El más grande de su época junto al número 14 al que se enfrentó en la final de Munich. Beckenbauer condicionaba también desde el nivel mental y así lo sufrieron auténticos diablos para otras defensas del campeonato como fueron Rep y Rensenbrink, Lato o Szarmach, o el mismo Ralf Edstroem. Cuando veían llegar al capitán germano, se apagaban las luces, se bajaba la persiana, y el balón desaparecía.

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